Se cumplen hoy cinco años del fallecimiento de Eloy Gómez Rube (1952-2007). Tras su muerte se ha escrito bastante sobre el que es considerado figura principal de la "contracultura" en Cádiz. El que fuera conserje de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Cádiz, y muchas cosas más, tuvo un cariño especial para con los "putos ubisunt". Nos guste o no, nos salíamos de la norma. Y a finales de los 90 la norma consistía en matricularse en una licenciatura, asistir a clase y hacer exámenes.
En el número siguiente de la revista Ubi Sunt?, tras su fallecimiento -la número 22-, incluímos en la sección de relatos, un texto inédito de Eloy. Se acompañaba con un texto introductorio del compañero José Manuel Mato, una caricatura del propio Eloy fechada en 1977, y la portada que para el relato dibujara Enrique Naya de Costus. Todo ello lo podemos encontrar entre las páginas 144 y 149.
En recuerdo al amigo Eloy os dejamos aquí todo aquél material:
Caricatura de Eloy Gómez Rube firmada por Carlos en 1977. |
Vital
por José Manuel Mato Ortega, miembro de “Ubi
Sunt?”
Cuando se propuso desde la asociación
publicar un relato inédito de Eloy, como
homenaje póstumo a su figura, me pareció una excelente idea. Nos
propusimos redactar una introducción al mismo, y me ofrecí a hacerlo.
Uno no sabe muy bien qué escribir en estas
ocasiones, por que intenta no caer en la fácil elegía, pero al mismo tiempo, no
parecer frío y distante. “Escribe con el corazón en la mano”, podría decírseme;
pero esto es harto complicado.
Yo no fuí amigo de Eloy en un sentido
íntimo, pero sí fui una persona que se sentía afortunada cada vez que me
cruzaba con él y cada vez que hablábamos; con sus siempre desternillantes
saludos: “puto leviatán” o “puto ubisunt”; sus expresiones de aprobación: ese
“cool” tan de moda ahora; y sus negaciones en ruso, los “niet”, que he adoptado
y he añadido a mi bagaje cotidiano de expresiones. La conversación con Eloy era
siempre interesante e iluminadora, por que tenía una perspectiva muy particular
de las cosas; era culto, crítico, mordaz, irónico y encantador. Personalmente,
creo que era lo mejor de la Facultad de Filosofía y Letras.
En mi recuerdo siempre estarán sus
anécdotas de okupa en la Alemania Federal de los 80; como por ejemplo, cuando
cruzó el telón de acero o cuando consiguió su chubasquero de manos de un
inmigrante vietnamita. También la naturalidad con la que hablaba de sus
“homenajes” y el ejemplo de voluntarismo que eso conllevaba. Por su puesto, la
simpatía que sentía por todo aquello que se saliese de la norma y del
aborregamiento, así fuese “Ubi Sunt?” o el otro proyecto que viví en la
Facultad, el “Colectivo Anarquista Leviatán”. Alguna cosa más me reservo, pues
ése es mi privilegio.
Quizá sea un tópico, pero lo cierto es
que una persona tan singular no se olvida fácilmente y no miento si digo que
siempre habrá un lugar en mí para él. Mientras sea así, Eloy estará vivo, como,
de una forma en la que sólo lo consiguen los grandes, lo está todavía hoy.
Un abrazo.
* * *
Portada de Enrique Naya (Costus) para el relato de Eloy. Fechado en 1986. |
La noche gaditana del divino César[1]
por Eloy Gómez Rube
Transcripción: Santiago Moreno Tello
El sol, con la
majestad de un dios orgulloso y sabedor de su importancia, acababa de
sumergirse en el azul horizonte de un mar basto, inmenso, tenebroso y desconocido,
más allá de esta ciudad fundada por Hércules en los confines del mundo, solo
existía el abismo, la muerte; el no retorno para aquellos marineros que en su
afán de aventuras osaran poner proa más allá de donde alcanza su vista. Algunos
impetuosos navegantes[2]
lo habían realizado[3] guiados por
el deseo de encontrar nuevas tierras y soñadas riquezas de fábulas, pero
ninguno de ellos volvieron para relatar a sus paisanos que descubrimientos
maravillosos u horribles les habían salido al paso. Era la hora del crepúsculo,
el momento mágico en el que se juntan los genios del día y la noche, el
instante en el que deja de distinguirse un hilo blanco del negro, el cielo se
había teñido con nubes de varias gamas de rojo, dándole aspecto de una
descomunal lucha sostenida entre titanes allá en lo alto, en el lugar donde
moran los Inmortales. Mientras la comitiva iba acercándose a Gades, la vieja
colonia fenicia y hoy fiel aliada de “la Señora del Mundo”. El famoso guerrero
e historiador Cayo Julio César elucubraba:
- que tierras ocultarían aquel mar inquietante y mágico, unas
tierras a las que Roma, dueña del Orbe jamás podría acceder, pues si bien es
cierto que era dueña de un Imperio multirracial y lingüístico, por nada del
mundo conseguiría ser ama de los terrores que invaden y acompañan en su vida a
los hombres.
Una avanzada
del ejército del cuestor republicano se dirigió a galope tendido hacia la
mítica ciudad para comunicar a sus guardianes la inminente llegada del cuestor
y su gente, y que abrieran las inexpugnables puertas al enviado de Roma. Las
primeras antorchas ardían sobre los muros configurando una visión de grandeza y
temor para aquellos que sin ser amigos pretendieran ganarla al asalto. Una vez
ante los muros el centurión gritó a los centinelas:
- ¡Eh, celosos guardianes de la ciudad, abrid las puertas al
cuestor Cayo Julio y a su gente en nombre de la bendita hospitalidad debida al
extranjero y a los amigos de Roma!
- ¡Aguardad un momento centurión, voy a comunicar con el jefe de
puertas!
El jefe de
guardia se sintió excitado ante la inminente presencia del famoso guerrero y
dio ordenes a sus hombres para que de inmediato abrieran la puerta principal y
que esperasen en formación la llegada del ilustre visitante. En el patio de
armas las luminarias se reforzaron dándole un aspecto soberbio y magnífico,
había que cuidar todos los detalles para ofrecerle un marco digno a tan famoso
visitante[4].
Lucio Cornelio Balbo fue avisado de inmediato para realizar los honores de
respeto y amistad para el cuestor, el cual en escasos minutos estaba ante su
presencia:
- ¡Carísimo amigo, bienvenido a esta ciudad amiga de la
República y del noble pueblo romano, no puedes imaginar cuanto me alegra y
sorprende esta visita, me parece estar en un sueño.- saludó Balbo.
- ¡Gracias, nobilísimo Lucio, ¿cuánto tiempo hace que dejaste
entristecida a Roma; y a mi privado de tu presencia, amistad y del placer de la
conversación inteligente e ilustrada?
- ¡Ah, como corre el tiempo Cayo! Ya va para cinco años que
abandoné Roma para establecerme con los míos, ¿qué nuevas me traes de tus
muchas[5]
conquistas?
- Mitilena y otras ciudades rebeldes son hoy dóciles a Roma y en
cuanto a mi sueño de convertirme en el amo de Roma hago excelentes progresos,
¡no me puedo quejar!
- Querido amigo, tu llegarás muy lejos en el gobierno del mundo,
bien lo mereces por tu divino linaje, tus conquistas guerreras y tus lides
políticas.
- ¡Quieran tus dioses que tus excelentes augurios se conviertan
muy pronto en realidad, pues como buen amigo que eres conoces mis deseos y
sabes que llevo muchos años luchando por conseguir mi sueño!
- ¿Cuánto tiempo te vas a quedar en Gades? ¡Mi pueblo se sentirá
orgulloso[6]
por tener entre los suyos a tan famoso guerrero!
- Muy poco querido Lucio, desgraciadamente deberes en Hispania,
Lusitania y Roma requieren mi atención y autoridad, solo dispongo de esta
noche, mañana todo el día completo y pasado por la mañana debo partir.
- El tiempo que estés entre nosotros será un placer y motivo de
orgullo, podrás comprobar nuestro sincero amor por ti y por Roma.
-
Sea como dices y marchemos a tu casa querido Lucio, el
cansancio hace mella incluso entre los más grandes de los mortales.
Tras este
breve saludo, dictado no por el deber sino por la sincera amistad los dos
amigos y sus inmediatos colaboradores tomaron dirección a casa del ilustre
gaditano muy conocido en Roma. Julio y Lucio iban delante, abriendo la comitiva
y hablando de sus cosas. Las batallas en Asia y las difíciles vivencias en Roma
para hacerse con el poder por parte del cuestor; del gaditano, palabras
hermosas de quien retirado de los avatares políticos, siempre tan cambiantes,
vive en una tranquila ciudad toda luz y azul mar lo que provoca sentimientos
optimistas y una visión del mundo bastante sosegada.
En
la puerta de la Villa de Lucio le aguardaba su familia, parientes y amigos para
saludar a uno de los hombres más famosos del mundo, la oportunidad era de gala.
-
Salud amigo y seas bienvenido a mi casa -, saludó el jefe del
clan.
-
Gracias, excelente[7]
y noble Balbo por dejarme pernoctar en tu casa, para mi es una satisfacción
saludar a los parientes de tan querido amigo.
-
¿Cuántos días disfrutaremos de tu estancia? Tu sabes bien
cuanto se te quiere en esta casa y entre esta gente de los cuales yo soy su
cabeza.
-
Desafortunadamente amigo, los deberes de cuestor y guerrero me
impiden disfrutar de la vida holgada y placentera que gozan el resto de los
hombres, unas creo que nadie elige su camino enteramente libre si no que esta
en gran medida le dictan los dioses. Roma está revuelta y a ella debo regresar
no sin antes pacificar algunas regiones de Hispania indóciles a la República,
pero andaba cerca de Gades y no podía permitirme dejar de saludar a mis
queridos amigos y aliados[8].
-
¿Deseas que mis esclavos te preparen a ti y a los tuyos algo
de comer?
-
No, gracias querido Balbo, por el camino tomé algo de alimento
y el cansancio me derrota como no lo han hecho los pueblos más salvajes del
mundo.
Julio César se despidió de sus anfitriones y se
marchó a descansar en una estancia preparada a tal efecto cuyos balcones
ofrecían una hermosa vista del mar, el puerto y las murallas. Apenas acostado
el sueño mas placentero le rindió; y quien sabe lo que este le
revelaba...¿Hacia que ignotas regiones volaba su alma y que visiones y
pensamientos le asaltaban? Quizá soñaba con Roma y los caminos que aun l
quedaban por recorrer para conseguir el poder que denodadamente venía buscando
desde tiempo atrás y ante lo cual no se dejaba vencer por ningún tipo de
escrúpulos ¿o tal vez rememoraba en sus sueños las agradables y hechizantes
noches asiáticas compartiendo lecho con Nicódemes? Los ojos de los dioses
convertidos en estrellas miraban a los hombres desde su alta atalaya celeste y
quizá se reían de sus cuitas. La ciudad era un baluarte inexpugnable y sus
habitantes sumidos en el reposo sabedores del celo de sus ojos convertidos en
guardianes nocturnos. Esta parte del mundo estaba ahora sumida en las sombras y
abandonada en los insensibles brazos de Morfeo.
Era bien temprano cuando el ajetreo de los
mercaderes con su habitual griterío se dirigían[9]
a los comercios, sacaron del sueño al visitante: carretas rebosantes de
verduras de los cercanas y fértiles huertas de la bahía, pescado fresco
arrancado al fondo del mar por expertas redes de pescadores, esclavas compradas
en Oriente y lusitanas raptadas en razzias de castigo, maderas de India y
Líbano, perfumes de Arabia, ámbar de Mauritania, negros de Nubia...
Cayo Julio solicitó a su ayudante un jarro de agua
para lavarse y una túnica corta para vestirse[10].
Una vez acicalado bajó al patio donde le aguardaba para desayunar la familia de
su amigo y anfitrión, tras el desayuno y repuesto del cansancio Lucio y Cayo
partieron al cercano mercado.
-
Ilustre patricio, te regalo esta preciosa esclava por un
precio de risa, sabe bailar con embrujo, cocina y es callada, además sabe hacer
el amor con un fuego que abraza-, ofrecía un mercader.
-
Si sabes que hacen tan bien el amor es que la has probado, los
siento, nunca tomo mujer que otro ya halla tocado, y además ¿no te parece muy
temprano para hacer el amor?-, terció bromista el cuestor.
-
¿Pescado, señor? Recién sacado de las redes.
-
Gracias, pescador, pero hoy ¡no como en casa!
- Telas dignas para un hombre tan famoso como tu Cayo Julio,
perfectas en su caída para tu bien formado cuerpo.
- Calla por Rómulo y Remo, sastre, te compraría a ti para
silenciar tu lengua de serpiente ¿quieres que todo el mercado se arroje sobre
mi y me impidan disfrutar de este merecido descanso?-, gritó con rabia el
cuestor.
- Mil perdones ilustre romano, no era mi intención.
- Callad pues si en algo estimáis vuestra vida.
El breve incidente no le apartó del paseo y continuó
un buen rato mezclado entre gente tan dispar y cosmopolita, como siempre vive y
pasea por Gades, los habitantes de la ciudad sabían quien era el que paseaba con
Balbo ¡y quien no por todos los dioses! Lo que sucedía era que nadie deseaba
molestarle, todos conocían su historial y reconocían que un día, este hombre
que hoy paseaba tranquilo por sus calles pronto se convertiría en el dueño de
Roma y por ende del mundo.
Cayo Julio, como historiador conocía muchas
historias y lugares de Gades, la mítica fundación por Hércules, las excelencias
de sus vidas saboreadas en Roma cuyo jugo alegra a los espíritus más graves y
decaídos, las bailarinas que con su arte enloquecían a los hombres en fiestas
publicas y privadas, las riquezas acumuladas durante siglos en sus
templos...pero sobre todo el cuestor se mostraba entusiasmado por visitar el
templo, situado a unas millas de la ciudad donde se daba culto a una extraordinaria
estatua del divinizado[11]
Alejandro.
Junto con Lucio y otros amigos zarparon del puerto
de Gades hacia la isla del templo, el mar estaba sereno y con la fuerza de los
remos llegaron a la isla en escasas dos horas. Julio quedó impresionado por la
magnificencia del templo en la puerta
aguardaba el sacerdote jefe con un nutrido grupo de sacerdotes, una vez dentro
del templo el visitante quedó sobrecogido ante la descomunal estatua de bronce
que representaba su ídolo-sueño. Lucio retrocedió unos pasos dejando solo a su
amigo con sus pensamientos. Cayo Julio permaneció un buen rato en profunda
meditación frente al gran macedonio, allí se prometió a sí mismo redoblar sus
esfuerzos para conseguir cuanto antes emular su grandeza, eso sí con algo de
retraso pues Alejandro con 33 años había conseguido reunir un gran imperio y él
aun solo rozaba los aledaños del poder. Almorzó en el templo y antes de que el
sol se pusiera volvieron de nuevo a Gades, esa noche sus amigos le despedirían
con una gran cena-fiesta.
De nuevo se ocultaba el sol allá, en la raya donde
cielo y mar se juntan como dos amantes, Cayo contempló desde su habitación el
orbe solar maravillándose en los colores que deja en las nubes, las barcas
volvían a sus amarraderos en el puerto, el ajetreo de la ciudad decrecía
paulatinamente, en perfecta simbiosis con las presentidas sombras de la noche.
El cuestor tomó un ligero baño seguido de algunos masajes, no disponía de mucho
equipaje por lo cual elegir túnica no le fue difícil, optó por una larga de
seda color violeta con algunos bordados en plata, en sus brazos fijó aros de
oro y prendió en su túnica un par de condecoraciones civiles y militares. Una
vez que hubo finalizado su arreglo llamó a su lugarteniente para que anunciara
a los comensales su inminente presencia. Cuando hizo aparición en la sala todos
se pusieron en pie recibiéndole con aplausos y vítores. Cayo Julio tomó asiento
junto a Lucio y comenzó la fiesta: números de circo, baile y poesía; los platos
de sucedían en un alarde de calidad y vistosidad. El animo no decreció hasta
bien entrada la madrugada, el cuestor llegado cierta hora se excuso y pidiendo
permiso a sus anfitriones se marchó a su habitación. El romano durante la cena
percibió las miradas de sensualidad y admiración de parte de un joven amigo de
la familia y cuando iba a su habitación el muchacho se acercó a él:
-
¿Cómo te sientes Cayo Julio?
-
¡Muy bien! Aunque algo cansado. Mañana debo partir pronto,
pero ha merecido la pena acercarme a Gades y saludar a Lucio.
-
Me llamo Fabio, tu no tienes que preguntarte ¿qué hombre noble
o esclavo no ha escuchado absorto tus aventuras?
-
Eres encantador Fabio, sería inmodestia por mi parte llevarte
la contraria, pero aun no he conseguido todo cuanto anhelo, y eso me aflige.
-
Aun eres joven, ten
por seguro que pronto serás el dueño del mundo, anoche, cuando saludaste a
Balbo, el jefe del clan, yo estaba allí, y tuve un sueño que considero
premonitorio[12].
Fabio fijó sus azules ojos en los del cuestor y en
ellos descubrió una luz mezcla de deseo y amor, esto último le extrañaba, pues
a penas habían tenido tiempo de estar juntos. Cayo puso sus fuertes manos en la
cintura del joven y lo acercó a sí. El muchacho rodeó con las suyas el cuello
del romano, acercaron sus bocas hasta juntarlas en un delicioso beso.
La noche era oscura y miles de estrellas, el
Universo mismo los contemplaba. Ambos subieron a la habitación del invitado.
Allí les sorprendieron la luz del nuevo día entregados a los placenteros juegos
del amor. El ayudante del cuestor llamó a la puerta para comunicarle que la
tigra estaba lista para partir. El beso de despedida fue largo y cálido. Juntos
bajaron para despedirse de los Balbos. Fabio había marcado el corazón del
futuro César, del próximo señor del mundo; y en las batallas y peligros el cuestor
le recordaba, fue como un escudo y talismán que disolvía los peligros.
* * *
Por fin llegó el tiempo
del Laurel, de saborear la miel del poder que tanto había buscado. Cayo Julio
César era el dueño de Roma e inmediatamente envió una comitiva a Gades para
buscar a Fabio y compartir con él, el poder y la gloria. Un barco llegó a la
vieja ciudad. El enviado especial de Cayo Julio se dirigió a la Villa de Balbo
en busca del muchacho, el mazazo que recibió fue tremendo. Fabio se había
suicidado en la fiesta de su 18 cumpleaños, decía que no deseaba ver como su
cuerpo se deterioraba con el tiempo. Cuando el emisario llegó a Roma y le
comunicó a César los sucedido, éste quedó como petrificado en su trono. Él era
el indiscutible tirano, un dios, pero como mucho de los grandes hombres no
tenía la ayuda del amor para compartir esa agridulce carga.
Cádiz-Rodalquilar, Mayo 1986 y Cádiz, Mayo 1998.
[1] Este relato
inédito de Eloy G. Rube no hubiera sido publicado en Ubi Sunt? sin la
colaboración de Pedro Cervera.
[2]
A no ser que indiquemos lo contrario, expondremos las expresiones que bajo una
tachadura hemos encontramos en el manuscrito original: “marineros”.
[3] “hecho”.
[4]
“al visitante famoso en África, Asia y en todas las tierras del mundo romano”.
[5] “sonadas”.
[6] “satisfecho”.
[7] “ilustre”.
[8] A
continuación vendría la siguiente frase: “Esta noche y mañana todo el día
estaré en vuestra casa”.
[9] Ibidem: “con
sus variadas mercancías”.
[10] Ib: “pues
aunque era temprano el sol insinuaba que más tarde descargaría su potencia de
calor”.
[11] “sagrado”.
[12]
A continuación el autor anula el siguiente texto: “- Es curioso, yo también
anoche tuve un sueño parecido, es como si esta ciudad estuviera cargada de
magia, ambos sueños el tuyo y el mío, me son propicios”.
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